La muerte en el espacio no es, por fortuna, un suceso que la humanidad haya tenido que enfrentar hasta la fecha. Sin embargo, con el auge del turismo espacial, el regreso a la Luna y las futuras misiones a Marte, la pregunta de cómo gestionar la pérdida de un astronauta —o de un civil en una misión comercial— ha dejado de ser retórica.
La NASA lo sabe desde hace tiempo y, lejos de los focos, lleva años trabajando en la logística y la dignidad del proceso. La respuesta más tangible de la agencia espacial estadounidense llegó en 2012, cuando envió a la Estación Espacial Internacional (EEI) un dispositivo diseñado para estos casos: la Unidad Contenedora de Restos Humanos. Esta especie de mortaja de alta tecnología se desarrolló tras un análisis de las necesidades que plantea un fallecimiento en microgravedad.
La HRCU, una bolsa para preservar la dignidad en condiciones extremas
La HRCU no es una simple bolsa: está diseñada con estándares militares y se conecta al sistema de refrigeración de la EEI, retrasando la descomposición hasta 40 días —un intervalo crítico para permitir la repatriación del cuerpo a la Tierra en el marco de las misiones actuales—. El diseño incluye materiales desodorizantes y cremalleras invertidas, que sellan los restos y permiten identificar claramente la nacionalidad y la identidad del astronauta.
Aunque la muerte en el espacio sigue siendo una hipótesis sin casos reales, el protocolo incluye pasos forenses similares a los de la Tierra. Según el artículo publicado en Scientific American, los astronautas están entrenados para actuar como forenses improvisados: documentar la escena, tomar fotografías y muestras biológicas antes de sellar el cadáver. Es un acto que, además de garantizar la seguridad sanitaria y la ciencia, busca preservar la memoria y la dignidad del fallecido.
Más allá de la órbita terrestre: desafíos y escenarios inéditos
Lo que todavía no se sabe con certeza es cómo se comporta un cuerpo humano en condiciones prolongadas de microgravedad o en ambientes como la superficie lunar o marciana. Algunos estudios preliminares, como los revisados por la revista Acta Astronautica (2023), señalan que la descomposición se ralentizaría notablemente, pero se desconocen los detalles precisos de los procesos bacterianos y de deshidratación sin atmósfera ni presión adecuadas.

Por ello, la NASA contempla la posibilidad de “sepultar” cuerpos en la Luna o Marte si un regreso no fuera viable. El concepto de cementerios extraplanetarios —que ya algunos especialistas en ética y derecho espacial han comenzado a explorar— plantea incluso la idea de tumbar nichos en cráteres lunares. Según la Outer Space Treaty (1967), cualquier cuerpo humano allí descansaría como “artefacto histórico”, un concepto legal todavía abierto a interpretaciones.
Una necesidad práctica y moral
Aunque la muerte sigue siendo un tabú para las agencias espaciales —y hasta la fecha ningún astronauta ha fallecido más allá de la atmósfera—, la NASA considera esencial tener un plan de contingencia claro y respetuoso. La edad media de los astronautas en activo, que ya ronda los 50 años, y la inminente inclusión de turistas espaciales (con empresas como SpaceX y Blue Origin ampliando la exploración privada), refuerzan la importancia de protocolos robustos y transparentes.
“La muerte en el espacio es más que una cuestión técnica: es un desafío ético, emocional y jurídico”, señala la bioeticista Jessica DeWitt, que ha publicado recientemente un estudio en la Journal of Space Ethics.