España, concretamente el Puerto de Las Palmas, ha vivido una escala poco común. No por su tamaño —aunque impone—, ni por su silueta —con ese rojo intenso imposible de ignorar—, sino por lo que representa: el Scarlet Lady, primer crucero de Virgin Voyages, la apuesta náutica de Richard Branson, ha hecho parada en Canarias.
Y lo ha hecho con todo su arsenal estético, sonoro y hedonista desplegado como una declaración de intenciones: esto no es un crucero cualquiera, es una experiencia pensada para adultos que aborrecen lo convencional.
El Scarlet Lady atraca en España: lujo rebelde, ADN Virgin y suites con alma de rock
Con 277 metros de eslora y capacidad para 2770 pasajeros, el Scarlet Lady comparte ADN con el Valiant Lady y el Resilient Lady, también presentes en aguas españolas en los últimos meses. Los tres nacen de la misma filosofía: navegar sin corbatas, sin protocolos rígidos y sin cenas de gala forzadas. Aquí el código de vestimenta lo dicta el buen gusto (o el descaro), y la única norma es pasarlo bien.

La idea que sostiene todo el concepto se resume en dos palabras: lujo rebelde. Un oxímoron convertido en eslogan que cobra vida nada más poner un pie a bordo. En el hall principal suena Madonna, pero basta subir una cubierta para que los Pet Shop Boys tomen el relevo. En los pasillos, carátulas de vinilos de Sex Pistols, Beyoncé o Abba decoran las paredes como si uno caminara por un museo pop. Y eso es solo el principio.
Este no es un crucero para jubilados ni para familias con niños corriendo por el pasillo. Aquí se viene a vivir como una estrella del rock o, al menos, a sentirse como una. El público objetivo: treintañeros (y más allá) con ganas de mar, fiesta y experiencias exclusivas.
Las cabinas más exclusivas, bautizadas como RockStar Quarters, parecen sacadas de un catálogo de mansiones flotantes. Algunas superan los 200 metros cuadrados, incluyen bar privado, bañera de hidromasaje, terraza con hamacas e incluso guitarras Fender con amplificador, por si alguien quiere marcarse un solo al atardecer. La estética, como todo en este barco, mezcla glamour con referencias musicales y un punto canalla.

Todo es domótico, claro: desde el móvil puedes regular la temperatura, las luces o encender la tele. El personal del crucero, además, es uno de los más talentosos a nivel profesional en este sector, preparado para el tipo de público que podemos encontrar en sus cubiertas.
Otro de los grandes reclamos del Scarlet Lady es su oferta gastronómica: 20 restaurantes repartidos por varias cubiertas, cada uno con su personalidad bien definida. Del experimental Test Kitchen, que parece un laboratorio de sabores, al coreano Gunbae, donde los chefs cocinan entre brindis y chupitos, pasando por propuestas veganas, pizzerías o comida mediterránea de autor. Todo incluido en el precio. Sí, sin letras pequeñas. Aquí no hay bufé ni bandejas desbordadas. El planteamiento es otro: comer bien, sin prisas y con opciones que no parecen sacadas de una cadena hotelera.