Un hallazgo extraordinario en la cueva de Geißenklösterle, en el sur de Alemania, ha reescrito una vez más la historia de la cultura humana en Europa. Un equipo de arqueólogos de la Universidad de Tübingen y la Universidad de Oxford ha encontrado flautas elaboradas a partir de huesos de aves y colmillos de mamut, datadas hace más de 42.000 años, que no solo han resistido el paso del tiempo, sino que conservan su funcionalidad.
El artefacto corresponde al periodo auriñaciense
El descubrimiento, publicado en la revista Journal of Human Evolution, representa uno de los testimonios más antiguos conocidos de actividad musical y expresión simbólica en la humanidad. Estas flautas prehistóricas corresponden al periodo auriñaciense, la primera cultura plenamente asociada a humanos anatómicamente modernos en Europa, surgida al término de los últimos fríos intensos conocidos como el evento Heinrich 4.
Su existencia confirma que la capacidad para crear arte, música y probablemente rituales sociales ya estaba muy desarrollada cuando todavía convivían en Europa Homo sapiens y neandertales. Lejos de ser una práctica reservada a épocas de clima más benigno, como se pensaba, el uso de instrumentos musicales florecía incluso en condiciones ambientales duras.
También esculturas de marfil, figuras zoomorfas talladas y ornamentos personales
La región de Jura de Suabia, donde se localiza Geißenklösterle, se considera uno de los epicentros de lo que algunos investigadores han denominado la "Kulturpumpe" de Europa: un foco de innovación simbólica y tecnológica que irradió avances culturales hacia el resto del continente. No solo se han hallado instrumentos musicales en la zona, sino también esculturas de marfil, figuras zoomorfas talladas, ornamentos personales y otros signos de un pensamiento simbólico avanzado que refuerzan la idea de una sofisticación cultural precoz entre los primeros europeos.

El hecho de que estas flautas aún puedan emitir sonido miles de años después aporta un nuevo matiz a nuestra comprensión del pasado. La música pudo jugar un papel central en la cohesión social de los grupos humanos, facilitando la transmisión de conocimientos, la creación de vínculos comunitarios o incluso la organización de actividades rituales. Según teorías recientes en antropología evolutiva, como las de Steven Mithen (The Singing Neanderthals, 2005), la música podría haber precedido incluso al lenguaje articulado como forma de comunicación emocional.
La flauta de Geißenklösterle nos conecta, a través del abismo del tiempo, con aquellos primeros europeos que, en un paisaje de glaciares y grandes mamíferos, ya creaban melodías para compartir sentimientos, transmitir historias y afirmar su humanidad incipiente.