Comer un aguacate al día puede ser una de las decisiones más inteligentes para quienes buscan mejorar su salud cardiovascular sin recurrir a cambios drásticos en su estilo de vida. Así lo confirma un ensayo clínico publicado en Current Developments in Nutrition, que evaluó durante 26 semanas el efecto del aguacate en más de 1.000 adultos.
La intervención consistió en añadir un aguacate diario a la dieta habitual de uno de los grupos, mientras el grupo control mantenía sus hábitos alimentarios previos. Al finalizar el estudio, los investigadores observaron una mejora significativa en la calidad global de la dieta de quienes habían consumido el fruto de forma regular.
Más aguacate y menos ultraprocesados
El cambio no solo repercutió en indicadores nutricionales, sino que mostró un patrón de sustitución positiva: quienes comieron aguacate tendieron a reducir de manera espontánea el consumo de alimentos ultraprocesados y calóricos. Esta dinámica —clave en la prevención de enfermedades— fue cuantificada mediante el Healthy Eating Index (HEI), una herramienta desarrollada por el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) que valora cómo se ajusta la alimentación de una persona a las recomendaciones nutricionales oficiales. Según los expertos, el hallazgo demuestra que pequeños ajustes sostenibles pueden ser más efectivos a largo plazo que dietas restrictivas.
Pero, ¿qué tiene el aguacate que lo convierte en un alimento tan poderoso? Su perfil nutricional lo explica con claridad: es rico en grasas monoinsaturadas —especialmente ácido oleico—, que han demostrado reducir el colesterol LDL y mejorar la función endotelial. Además, contiene hasta 10 gramos de fibra por pieza, lo que contribuye a la regulación glucémica y a la salud digestiva. A esto se suma su aporte de potasio, vitamina K, luteína y otros compuestos bioactivos con efectos antioxidantes y antiinflamatorios. Según la Fundación Española del Corazón, incorporar este tipo de grasas saludables puede ser crucial para mantener una buena salud cardiovascular.

Otro de los puntos fuertes del estudio liderado por las científicas Kristina Petersen y Penny Kris-Etherton es que pone sobre la mesa el papel de los alimentos funcionales como herramientas de prevención accesibles y culturalmente integrables. En palabras de Petersen, “lograr una mejor adherencia a las guías dietéticas no requiere una revolución alimentaria, sino estrategias prácticas y sostenibles como esta”. A nivel epidemiológico, esto podría implicar un menor riesgo de enfermedades crónicas como diabetes tipo 2, hipertensión o incluso ciertos tipos de cáncer, siempre que el consumo se mantenga dentro de un patrón dietético equilibrado.