Aunque la jornada laboral estándar sigue siendo de ocho horas, la realidad dista mucho del ideal productivo. Un reciente estudio realizado por Ringover en España desvela que los empleados solo dedican una media de cinco horas y seis minutos al trabajo efectivo cada día, lo que representa apenas el 63,75% de su jornada semanal.
El resto del tiempo se disuelve entre pausas, navegación por internet, charlas informales, recados y lo que muchos reconocen sin pudor: mirar al infinito. Este hallazgo vuelve a abrir el debate sobre la necesidad de repensar el modelo laboral tradicional.
Solo los trabajadores de entre 44 y 59 años superan las seis horas de productividad
El estudio, que encuestó a más de mil trabajadores de entre 18 y 70 años, pone cifras a una realidad silenciosa: las ocho horas laborales no se corresponden con ocho horas de concentración sostenida. Solo los trabajadores de entre 44 y 59 años superan las seis horas de productividad diaria, mientras que los de 28 a 43 años se quedan justo por debajo de las cinco. Aun así, los más jóvenes, de entre 18 y 27 años, rinden más que los mayores de 60.
¿A qué dedicamos el tiempo que no trabajamos? A lo que humanamente podemos: distracciones. La navegación por internet se lleva 56 minutos diarios, seguida por llamadas personales, charlas con compañeros, redes sociales, tareas domésticas, fumar o simplemente soñar despierto. Lo curioso es cómo varía la percepción moral sobre estas actividades: mientras que el 75% admite usar internet para fines no laborales, solo el 13,5% lo ve mal. En cambio, los videojuegos —jugados por el 60,9%— son condenados por casi el 40%.

La conclusión es clara: no se trata solo de vagancia o de evasión. El estudio apunta al estrés y al aburrimiento como los principales desencadenantes de la pérdida de foco. En entornos industriales donde no es posible relajarse —como en cadenas de montaje—, los niveles de burnout se disparan por falta de pausas, lo que lleva a un deterioro real de la productividad. Esto encaja con otras investigaciones que promueven los ciclos de trabajo de 90 minutos con descansos breves, una estrategia que mejora el rendimiento sostenido.
Frente a todo esto, la propuesta de reducir la jornada a 37,5 horas semanales parece quedarse corta. Más allá del número de horas, lo que está en juego es cómo entendemos el trabajo: no como una maratón diaria, sino como una serie de sprints bien gestionados.