Durante siglos, el Partenón ha sido un símbolo de la gloria de la civilización griega. Hoy, sus columnas erosionadas y su interior vacío nos hablan de un esplendor perdido. Pero ahora, gracias al trabajo del profesor Juan de Lara, de la Universidad de Oxford, podemos asomarnos por primera vez a cómo lucía el Partenón en su momento de máximo esplendor, allá por el 432 a. C., y entender mejor uno de sus mayores enigmas: su sistema de iluminación.
Un motor gráfico utilizado en videojuegos
Combinando arqueología, astronomía, fuentes escritas y tecnología de vanguardia —concretamente el motor gráfico Unreal Engine II, usado en videojuegos— De Lara ha recreado en detalle milimétrico el templo de Atenea. Su objetivo: reproducir cómo la luz natural interactuaba con la arquitectura y la monumental estatua de la diosa Atenea Partenos, diseñada por Fidias, que dominaba el espacio interior. El resultado es tan deslumbrante como revelador.
Según explica el estudio, publicado en The Annual of the British School at Athens, el interior del templo estaba diseñado como un escenario de luz y sombra calculado con precisión quirúrgica. Gracias a aberturas en el techo, ventanas ocultas y estanques reflectantes, los arquitectos lograban que la luz del sol incidiera en puntos concretos del mármol blanco y en el oro de la estatua, generando efectos que hoy calificaríamos casi de cinematográficos.
Especialmente sorprendente es la conclusión sobre los días cercanos a las Panateneas, las grandes fiestas en honor a la diosa Atenea: la luz solar atravesaba directamente la puerta del templo y alcanzaba la vestidura dorada de la diosa, creando un fulgor casi divino, diseñado para impresionar a los fieles que cruzaban el umbral. En contraste, el resto del año, el templo permanecía en una penumbra cuidadosamente orquestada, en la que solo la parte inferior de la estatua quedaba visiblemente iluminada.
Esta investigación no solo reconstruye un espacio arquitectónico, sino también una experiencia espiritual y estética. Los efectos de iluminación no eran meramente decorativos: formaban parte del lenguaje simbólico y ritual con el que los griegos concebían su relación con los dioses. Atenea no solo era venerada, sino que se manifestaba en cada rayo de luz que tocaba su figura, una fusión entre ingeniería, devoción y arte que el mundo antiguo dominaba con maestría.